23 feb 2007

PJ Nisutnefer

Historia

Me llamo Nisutnefer, aunque ese no es mi verdadero nombre. Las arenas del desierto y el tiempo lo borraron de mi memoria, cuando siendo una niña unos salvajes me secuestraron del lado de mis padres. Apenas vagamente los recuerdo, en el último día que estuve con ellos. Sé que mi padre era un comerciante y que emprendimos viaje en caravana, y que la noche nos sorprendió sin desvelar los nombres de sus brillantes y hermosas estrellas. Perdidos y cansados, enseguida nos venció el sueño. Ahora comprendo que esos asesinos malnacidos nos siguieron desde que abandonamos nuestro hogar, donde quiera que estuviese. Acechando en las sombras entraron en la tienda y me raptaron, degollando a mis padres y llevándose nuestras pertenencias. Recuerdo que pasé varios días sin comer, sumida en un intenso dolor y tristeza, amén de la horrible impotencia de no poder hacer nada contra los asesinos de mis padres. No es casualidad que conozca sus rostros a la perfección, pues ese día decidí grabarlos a fuego en mi memoria, y los busco continuamente, en cada lugar, cada tienda, cada ciudad.

Ese fue el principio de mis desdichas. Pues estos asesinos me vendieron días después a un mercader que me unió a una pléyade de niños esclavos que pretendían vender a buen precio en Estigia. En el gran mercado de Sukmet, oímos aterrorizados cómo seríamos carne para el sacrificio al gran dios Set. Mi suerte cambió en el último momento, cuando un hombre de mediana edad me compró. Micerinos, que así se llamaba, me contó que su hija y su esposa habían muerto hacía pocos meses y que necesitaba la compañía de una pequeña que le recordase a su hija, prometiendo instruirme en las artes estigias. Iba vestido con ropas caras y perfumadas, y luciendo vistosas joyas, y al llegar a su casa comprobé que era un palacete: Micerinos era una persona importante de la ciudad. Me dijo una vez más que yo nunca sería su esclava, y que podía llamarle maestro.

Desde el principio Micerinos fue muy atento conmigo, pero a la vez distante. Jamás me trató como a una hija, sino como a alguien a quien podía enseñar lo que quería, sin que eso fuese una obligación para él. A los pocos días de mi llegada tuve que presenciar los sacrificios que ofrecieron al dios Set en el gran templo de su ciudad, un horrible e impío espectáculo que jamás olvidaré. Lo que no sabía en ese momento era que muchos de esos niños habían sido comprados también por Micerinos. Recuerdo que sentí una gran repugnancia por todos los que estaban allí, incluido Micerinos, por su impiedad y supe entonces que yo nunca sería como ellos y que jamás adoraría al gran dios Set, aunque le rezaría, para que atendiese mis plegarias de venganza.

Durante años estudié en el palacete de Micerinos, y así aprendí muchas lenguas, y también a realizar pociones, ungüentos, remedios e incluso hechizos para sanar o para múltiples propósitos. De esto último se encargó personalmente Micerinos, que se interesaba como la mayoría de estigios en la magia. Él nunca me molestaba, aunque no le gustaba que paseara sola por la ciudad, sobre todo de noche, y me impedía salir del palacio cuando él estaba fuera. En mis últimos años de estancia en Estigia tuve la oportunidad de estudiar estigio antiguo, una lengua extinguida hacía cientos de años que conservaban los sacerdotes de un antiguo templo, en la remota ciudad de Oluxur. Los sacerdotes me enseñaron también a manejar el afamado arco estigio, junto a otras armas, y a preparar pócimas naturales.

Cuando regresé de mi retiro en Oluxur comprobé por primera vez que Micerinos me miraba de forma distinta. Notaba cómo trataba de acercarse a mí e intentaba rozar mi piel a la menor excusa. Yo había dejado de ser una niña, ahora era una mujer y no me gustaba su forma de comportarse conmigo. La criada me comentó que había celebrado varias orgías en mi ausencia, y esto no me tranquilizó en absoluto. Pero el colmo fue comprobar que había llenado la casa de imágenes del dios Set, y que incluso tenía varias serpientes venenosas enjauladas en su habitación. Me obligué a calmarme y retomé mis estudios, pensando en el momento de marcharme de allí.

Una vez a la semana yo debía hacer pequeñas excursiones para recoger tallos, hierbas, flores y frutos para mis pociones, lo cual me llevaba todo el día; y entre el estudio y estas actividades no sabía a qué se dedicaba realmente Micerinos, pues lo único que conocía de él era que pasaba muchas noches fuera. El secreto me fue desvelado por casualidad un soleado mediodía que tuve que ir al mercado a comprar vidrios. Vi a Micerinos caminar y entrando en una de las peores tabernas de la ciudad, nido de proscritos. Me oculté bajo mi oscura capa y entré unos momentos después, siguiéndole de soslayo. Enseguida se unieron tres hombres más, y con horror reconocí a mis secuestradores. Pude comprobar que Micerinos tenía trato con ellos, ya que charlaban amigablemente. Hablaban de negocios y uno de los asesinos le entregó varios saquitos de monedas de oro. Así fue como supe que Micerinos era su jefe. Intenté calmarme, pues debía seguirlos para vengarme. Se despidieron y Micerinos se marchó. Los otros se quedaron mucho rato bebiendo, hasta que al fin salieron de aquel antro. La noche cubría la ciudad y fue mi mejor cómplice. Al llegar a un callejón solitario les grité "¡asesinos!" y se giraron con los ojos muy abiertos, sin duda efecto del alcohol. Yo tenía mi arco preparado y disparé una sola flecha que hirió en el corazón a uno de ellos. El otro desenvainó su espada demasiado tarde, pues no le dio tiempo a detener mi ataque. Me abalancé sobre él gritando y le corté el cuello, y después hice lo mismo con el otro. Recuerdo que esa noche le di gracias a Set porque al fin había consumado mi venganza. Mis ropas se tiñeron de sangre y tuve que ir a bañarme al río. Aún estaba furiosa por los años de engaño de Micerinos, y sabía que esa noche sería la última para él o para mí. Llamé a la puerta de la casa; la ropa estaba empapada y el lino se ceñía a mi cuerpo. En la mano escondía una daga afilada. Empecé a llorar, del mismo nerviosismo y porque sabía lo que iba a hacer. Micerinos abrió la puerta, iba a regañarme por llegar tan tarde pero al ver mi estado me abrazó y me preguntó que me había pasado. Le dije que me habían atacado unos hombres al lado del río y entonces él me cogió por la cintura y me besó en los labios. No pude resistir más mi furia interior, y agradecí a Micerinos que me facilitase este trance. Empuñé la daga y lo apuñalé sin piedad. Me bañé y me vestí como un hombre, recogí todo lo que pude y me marché esa misma noche en barco.

Ya nadie más se quedaría mirando a esta extraña que por sus ojos azules era una rareza en la tierra de Estigia. Desde entonces mi nombre allí es una maldición. Dicen que cometí un acto execrable, pero yo sólo vengué a mis padres.

Notas adicionales:
Dueña de una tienda de pociones en quiebra, que se ha embarcado en esto para obtener hierbas de países lejanos y fortuna. Viaja en calidad de matasanos del barco (y de intérprete de estigio antiguo, el idioma en el que está escrito el mapa que Cedric robó al mercader). También ha demostrado su valentía matando con su arco estigio a varios piratas borrachuzos que les impedían tomar el nuevo barco.

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